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Petit Pierre

9 may 2016

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Pierre Avezard, analfabeto y aquejado de graves enfermedades desde su nacimiento, dedicó cuarenta años de su vida a recuperar material inservible de vertederos para la construcción de un sueño, con la única ayuda de sus manos: una inmensa y mágica instalación animada que hoy puede visitarse en el museo La Fabuloserie: El carrusel de Petit Pierre.

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Pierre Avezard (Vienne-en-Val 1909, Fay-aux-Loges 1992), segundo hijo de una familia muy modesta, nace prematuro, sordomudo, casi ciego y con el rostro muy deformado, afectado por el Síndrome de Treacher Collins, “sin acabar”, como a el le gustaba decir. Su madre, supersticiosa, siempre pensó que la malformación tuvo su origen en el susto que le produjo la visión de una serpiente en el jardín de labranza de la casa familiar mientras estaba en cinta. Debido a su particular condición física, ya desde su nacimiento todo el mundo comenzó a llamar al niño “Petit Pierre”.

Pierre abandona la escuela a los siete años de edad, incapaz de soportar la tristeza que le provocaban las bromas de sus compañeros. Su hermana primogénita, Thérèse, acepta el reto entonces de intentar enseñar a Pierre a leer y escribir, la única formación que recibirá el pequeño mientras intenta superar el aislamiento social en el que se ve envuelto en aquella sociedad dura y rural.

Conforme pasa el tiempo Pierre se da cuenta de que ama la soledad y el silencio que le proporciona la naturaleza, una atmósfera perfecta para soñar, y para crear. Desde muy joven fabrica pequeños objetos con todo aquello que encuentra en el camino, como molinillos de agua que instala en el arroyo local o sencillas figuras articuladas, pero será al nacer su hermano pequeño, Léon, cuando su actividad encuentre verdadero sentido, construyendo para él juguetes que, en aquella época, era difícil encontrar en una casa humilde.

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Su familia decide dedicarle a los veintiséis años de edad al llamado “oficio de los inocentes”, trabajando en la granja de la Coinche y ejerciendo el pastoreo en las montañas cercanas a su localidad natal, trabajo que desarrollará hasta 1955. Inmerso en el silencioso paisaje, observa el contraste entre la naturaleza y la creciente invasión de las máquinas de trabajo. Le fascina todo aquello que se desplaza, sea sobre patas o sobre ruedas, analizando mentalmente los mecanismos que permiten el movimiento y comenzando así a forjar ese fascinante mundo que pronto sus manos comenzarán a construir.

Como sus compañeros de colegio, el resto de trabajadores de la granja se burlan de él, le empujan y le hacen tropezar, retirando incluso la escalera del granero donde duerme para que cuando despierte no pueda bajar. Así, en 1937, imagina su primera instalación a gran escala, fijando su cama a una viga a la que alojar también una escalera plegable que todas las noches pudiese retirar. En esa misma época, Pierre piensa en un sistema que permitiese alimentar a las vacas más eficientes, pedaleando en su bicicleta mientras un avión, deslizándose por un cable, distribuye remolachas entre aquellas vacas con más producción lechera.

En contraste con la crueldad que cotidianamente vive en su trabajo, sus patrones y otras personas comienzan a apreciar su amabilidad, olvidando el impacto que su presencia física siempre transmite, permitiéndole con el tiempo abandonar el granero y acondicionar como vivienda una casa de barro existente en la propiedad. Finalmente, en 1955 M. Hareng, el propietario de la granja, le dona un pequeño terreno con una modesta casa, para que Pierre pueda vivir su vida. Es allí donde Pierre comienza a construir su primer objeto a gran escala, una torre Eiffel de madera de 23 metros de altura, con carruseles y figuras animadas.

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Dada la cercanía de su terreno a una carretera su trabajo comienza a ser popular, organizando con el tiempo Pierre visitas a su instalación los domingos. En 1970, su obra contiene más de cien figuras metálicas pintadas, la mayoría de ellas construidas con los restos de un avión derribado durante la guerra no lejos de su vivienda, comenzando también a escribir pequeñas pancartas gracias a los escuetos conocimientos que su hermana le había transmitido de pequeño.

Encaramado en una cabina, Pierre pedalea para imprimir movimiento a su instalación mientras acciona traviesamente las palancas que controlan mecánicamente su fantástico carrusel: si desatendiendo los consejos de las pancartas un espectador se acerca demasiado a una vaca ésta le rocía con agua; si un grupo permanece despistado hace caer desde sus aviones bolas de acero sobre una plancha provocando un infernal sonido semejante a los bombardeos de la pasada guerra, todavía cercana, o si el visitante no pasa lo suficientemente rápido por una puerta acaba regado con agua. Todo esta al alcance de sus traviesas manos.

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El carrusel crece, y llega el momento de sustituir el pedaleo por el motor eléctrico de una vieja máquina lavadora, sin por ello dejar de utilizarla en simultáneo para lavar su ropa. Cada primavera restaura las piezas deterioradas, reabriendo su instalación para los curiosos incluso durante su primera ataque de hemiplejia, trasladándose en taxi para abrir a los visitantes.

A pesar de no haber podido aprender en la escuela, Pierre era una persona muy inteligente, dotado de una memoria fotográfica prodigiosa que le permitía recordar hasta el más mínimo detalle de todo aquello que observaba. Su hermano menor, ingeniero aeronáutico, proponía a Pierre que le acompañase cada año en sus viajes a Bélgica, París o Bretaña, declarando más tarde que era una persona muy dotada para imitar los asuntos de la vida.

Aquello que fascinaba a los visitantes de la época, y que sigue resultando prodigioso hoy en día, es el hecho de contemplar como las múltiples piezas del carrusel efectúan sincronizadamente sus movimientos, gracias a una sencilla pero muy efectiva estructura construida con elementos muy simples: las bailarinas danzan, los animales corretean o parecen comer, un hombre bebe, un granjero ordeña a una vaca, los coches de bomberos circulan, los aviones planean… mientras los carteles indican aquello que Pierre no puede explicar.

Y lo que resulta más sorprendente, si cabe, es la procedencia de los materiales utilizados, el reciclaje de residuos y piezas recuperadas de vertederos para la construcción durante cuarenta años, mediante técnicas muy sencillas, de un engranaje mecánico, pero fundamentalmente poético, de una singular belleza. Pierre Avezard no desecha nada, sean latas de hojalata, chapas de metal, estacas de madera o neumáticos usados. Todo se transforma mediante el trabajo de sus manos, limando, cortando, martilleando a cepillando todo aquello que encuentra por el camino hasta otorgar una nueva vida, eterna, a las cosas que habitualmente pasan desapercibidas a nuestra vista y consideramos inservibles.

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Todo ello confiere una singular importancia a esta obra única en el mundo, si bien existen otros casos en los que personas con alguna minusvalía, marginados o solitarios han dedicado su vida a construir fascinantes universos, como el caso de del Palais idéal du Facteur Cheval en Hauterives.

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Con el tiempo las enfermedades debilitan a Petit Pierre, impidiendo un mantenimiento y control adecuados del carrusel, siendo objeto de vandalismo por parte de gamberros locales e incluso visitantes, robando piezas y elementos en aquellos períodos en los que Pierre debía ausentarse por indisposición. Es entonces cuando los habitantes de la región comienzan a considerar la necesidad de proteger el carrusel, convirtiéndolo en un pequeño museo. Llegan incluso a pensar que debía construirse un inmenso recinto acristalado que pudiese contenerlo, a modo de vitrina, pero la voluntad no es suficiente, ya que no consiguen fondos para ello. Afortunadamente el asunto llega a oídos de un periodista, Laurent Danchin, interesado en las creaciones de personas marginadas como Pierre, que habla del carrusel a Alain y Caroline Bourbonnais, propietarios de un museo denominado La Fabuloserie, en Dicy. Alain, arquitecto de profesión que había construido edificios públicos importantes, decide con el tiempo permanecer en su casa de Dicy, transformándose en un recuperador y creador de truculentas figuras de gran tamaño, que él mismo denominaba Turbulents, claramente inspiradas de acuerdo a sus declaraciones en la obra de Jean Dubuffet, por el que sentía una gran admiración. De hecho, no pudiendo utilizar el nombre de Art Brut [Arte en bruto] con el que Dubuffet catalogaba su obra, adopta el término Art hors-les-normes [Arte fuera de las normas] para definir sus extrañas construcciones.

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El matrimonio Bourbonnais acepta finalmente instalar su carrusel en el parque de La Fabuloserie, algo que no sorprende dado el carácter de las obras que Alain construía. Léon, consciente del aumento de las enfermedades que aquejaban a su hermano, habla con el periodista y define los detalles del traslado, considerando conveniente que Pierre pudiese supervisar la instalación si ello fuera posible ya que, sin él, nada podría ser montado y desmontado con la misma fidelidad.

El desmontaje y traslado del carrusel para mantenerlo idéntico comporta numerosos problemas, tanto técnicos como económicos, debido a la fragilidad de algunas piezas y la envergadura de otras, como la Tour Eiffel. Tras realizar diversas películas testimoniales y fotografías del carrusel, los propietarios del museo deciden entonces acudir a los habitantes de Dicy, solicitándoles ayuda para, de una manera artesanal, desmontar la instalación y trasladarla con la ayuda de sus camiones y tractores. Y así, poco a poco y a lo largo del verano de 1987, todos los elementos del carrusel llegan a La Fabuloserie.

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Alain Bourbonnais, feliz de alojar el carrusel, fallece poco después de finalizar la instalación. Su mujer precisa ayuda para poder reiniciar el carrusel, de una complejidad mecánica tal que incluso algunos ingenieros no aciertan a explicar su funcionamiento. Solicita entonces el apoyo de voluntarios hasta que finalmente uno de ellos, Guy Fayssey, se compromete con el proyecto descubriendo todos los secretos de su funcionamiento. El carrusel es inaugurado de nuevo en la Fabuloserie el 26 de agosto de 1989, fascinando con el ensordecedor chirrido que provoca el movimiento de sus piezas animadas a multitud de visitantes hasta nuestros días. Todo aquello que las instituciones no pudieron hacer por la necesidad de invertir sumas enormes lo consiguió el espíritu de equipo, la valentía, el buen corazón y la voluntad de gente como su creador, Petit Pierre.

Todas estas gestiones para el traslado e instalación se demoran varios años, y Pierre se debilita cada vez más en la residencia para mayores de Jargeau. Interesado cada vez menos en su carrusel, se vuelca a la religión, pensando poder encontrarse al final de sus días con su hermana, fallecida algunos años antes. Laurent Danchin, el periodista artífice de la salvación de su obra, le visita poco antes de morir, y una de las últimas preguntas que Pierre le hace es si sabe donde se conservan sus herramientas de trabajo, como si tuviese pensado recomenzar su obra allá donde al final le conduzcan sus días.

Pierre fallece el 24 de Julio de 1992, a la edad de 82 años.

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Informaciones biográficas extraídas del artículo Le manège de Petit Pierre de Jeanine Rivais (www.rivaisjeanine.com)


 

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