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¿Para que servimos los filósofos? (2012)

 

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Diógenes de Sinope

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Diógenes (el cínico) fue –según dice su pretendida historia- capturado en el curso de un viaje por mar cerca de la isla de Creta y ofrecido en pública subasta en un mercado de esclavos. “¿Y tu para que sirves?, le preguntó el vendedor que lo había expuesto en lo alto. A lo que respondió el filósofo: “Para gobernar”1.

[…]

Decía Kant que hay algo –algo que sin duda tiene que ser muy excepcional- que hace que “los hombres se nieguen a perder, por amor a la vida, aquello que hace a la vida digna de ser vivida”.

La filosofía es el intento de sacar las consecuencias de lo que se expresa en esta frase de Kant. Esta excepción comenzó en Grecia con una constatación esencial: “lo interesante que era lo desinteresado”. Saber por saber, desinteresadamente, resultó ser interesantísimo. De esa experiencia surgieron las matemáticas, la física, la filosofía, la ética y el derecho. De la perplejidad ante lo desinteresado surgieron las cosas que más nos interesan: el mundo entero de la razón y la libertad. Y así fue como se inició para la humanidad la aventura más inquietante: la de convertir esa excepción en norma de la vida humana, que sólo entonces puede llamarse digna. Y también en norma de una ciudad “en estado de razón”, o lo que es lo mismo, en “estado de Derecho”.

¿Qué aportaba, por tanto, la filosofía a la lucha contra la mercantilización de la Universidad materializada en el Plan Bolonia?

Ante todo desde la filosofía se venía a recordar que hay evidencias que, sin embargo, son falsas y verdades que parecen excepciones, pero que son imprescindibles. Sólo en filosofía llegó a cuestionarse el lema mismo del Plan Bolonia: “la universidad debe estar al servicio de la sociedad”. Fue la frase más repetida en el marketing del EEES2. ¿Quién podía oponerse a algo tan de sentido común? Se trataba de pedir a la Universidad pública que, puesto que era financiada con dinero público, rindiera cuentas sobre su utilidad pública. Se trataba de adaptar el espacio universitario a las necesidades de una sociedad incesantemente cambiante. Por supuesto, había gato encerrado, se dijo desde diversas instancias críticas. En general, el movimiento antibolonia denunció con toda razón que lo que se escondía tras el lema “Una universidad al servicio de la sociedad” era un proyecto de adaptarla a los que tenían la sartén por el mango en esa sociedad, esos que actualmente se llaman a si mismos “los mercados”. Los rectores, los ministros, los expertos, los mercenarios del periodismo, salían al paso diciendo que la “sociedad” era más amplia que los “mercados”, y que el verdadero espíritu de Bolonia tenía que luchar por adaptar la Universidad a las necesidades ciudadanas, no a las mercantiles. Era una observación patética, ridícula y canalla, como los tiempos han demostrado ahora por encima de los peores augurios. Desdichadamente, el movimiento antibolonia no sólo tenía toda la razón; se quedó corto en profetizar la catástrofe que tenemos por delante.

Y, aun así, la magnitud del desastre solo se hacía y se hace ahora visible desde la filosofía, desde la historia de la filosofía. Pues la raíz del mal no estaba en que detrás de lo que se llamaba “sociedad” estuvieran las empresas y los mercados. No se trataba tan solo de desenmascarar el lema “ Una universidad al servicio de la sociedad”, mostrando su reverso tenebroso. Es que el lema era pernicioso por si mismo. Así lo denunciamos algunos en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía, en un multitudinario debate que organizaron los estudiantes con el rector Carlos Berzosa. Parece muy evidente que la universidad debe estar al servicio de la sociedad. Y, sin embargo, no es así: “la universidad debe estar al servicio de la verdad”, solo así estará en condiciones de rendir un buen servicio a la sociedad. La universidad que Bolonia estaba destruyendo –así se decía en algunos informes del círculo de empresarios- era la supuestamente vetusta y anacrónica universidad de Humboldt. Y así era, en efecto, al menos en un aspecto. Humboldt había acertado al definir los estudios superiores con una fórmula feliz. En los estudios primarios y secundarios, el profesor se debe al alumno. En los superiores, ambos dos, profesor y alumno, se deben a la verdad3.

Como vemos, la aportación de la filosofía a la lucha contra Bolonia puede ser considerada excelsa o superflua, según se mire. Se puede resumir en la introducción de una palabra, la palabra “verdad”. Y, ciertamente, en eso consiste la filosofía desde los tiempos de Platón: en ser testigo de lo que ocurre en este mundo si se introducen en él tres misteriosas palabritas: verdad, belleza, justicia. El caso es que parecen tres palabras muy “ideales” (en el peor sentido de la palabra) pero, sin embargo, cuando se introducen en el mundo, en este mundo real, ocurren cosas bien reales y materiales. La mejor prueba de que ocurren cosas importantes es que son “tan importantes” que, para hacerse cargo de ellas, la interpretación habitual de Platón se empeñó en que éste se estaba refiriendo a “dos mundos distintos”, el mundo de las ideas y el mundo de las cosas. Esto, por supuesto, era una estupidez. Platón no habla en todo momento más que de este mundo, del único mundo que existe. Sólo que intenta hacerse cargo de qué es lo que ocurre aquí cuando andan de por medio cosas tales como la verdad, la belleza o la justicia.

Una de las cosas que ocurren es que dejan de tener sentido lemas como el de poner la universidad, es decir, la comunidad científica –lo que en Platón era la Academia-, al servicio de la sociedad. La universidad no debe estar al servicio de la sociedad. La sociedad debe estar orgullosa de tener una universidad al servicio de la verdad4.

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Aquí tenemos planteada la paradoja sobre la que se levanta la pregunta que da origen a este libro. ¿Para que sirven los filósofos? Como ya hemos apuntado antes –y como más tarde comprobaremos mejor- hay que atreverse a responder con rotundidad: “para nada”. Para nada, puesto que lo que tiene de interesante la filosofía es precisamente lo que tiene de interesante lo desinteresado, esto es, lo que, por definición, no nos sirve para nada. Porque la filosofía no sirve para nada, es capaz de recordarnos que hay cosas más importantes que el servir para algo5.

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Sócrates

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¿Para que sirven los filósofos? Sócrates, que solo sabía que no sabía nada y que normalmente no hacía más que andar por ahí conversando con la gente, pensaba que los filósofos servían, sobre todo, para gobernar. Su discípulo Platón también lo pensaba, aunque la experiencia le hizo ir rebajando las pretensiones de este programa político. Puesto que no se deja a los filósofos gobernar, al menos que los gobernantes aprendan filosofía. Eso fue lo que intentó varias veces con Dionisio, primero con el padre, luego con el hijo, ahí en Siracusa. Con los dos salió muy mal parado, salvando el pellejo de milagro. Al final, Platón, recluido en su Academia, acabó por conformarse con algo todavía más modesto: ya que no se dejan enseñar filosofía, al menos que los gobernantes no maten a los filósofos.

Y, sin embargo, los gobernantes habían matado a Sócrates. Y además, en este caso, no se había tratado de un tirano loco o caprichoso, sino del pueblo ateniense, puesto que Atenas era una democracia. Esta es otra paradoja que es preciso resolver si se quiere entender para qué sirve la filosofía.

¿Cómo es que, si la filosofía no sirve para nada, la historia de la filosofía comienza con una democracia que se toma la molestia de condenar a muerte a un filósofo?6

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En tanto que la filosofía no sirve para nada, es una forma de perder el tiempo, para lo que, desde luego, es esencial tener tiempo libre. La filosofía nació, según dicen Platón y Aristóteles, del tiempo libre. Pero ¿qué tiene de peligroso el tiempo libre7?

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Eso es, en realidad, lo que solemos considerar un pesado. Una persona que nos impide todo el rato cambiar de tema, ir de aquí para allá en la conversación, una persona que interrumpe constantemente diciendo que no ha entendido bien, que te expliques mejor.

– Pero cómo, Sócrates, no sabes lo que es un zapato? ¡Eso lo sabe hasta un niño!

– Dime, entonces, tú lo que es un zapato, ya que lo sabes tan bien –replicaba Sócrates.

– Un zapato es una suela cubierta de cuero que sirve para…

– No, no –interrumpía Sócrates-, no me digas aún las partes del zapato, ni tampoco para qué sirve… ¿para que quiero saber las partes de una cosa que no sé lo que es? ¿para qué quiero saber que una cosa sirve para algo si no sé qué cosa es?

Y cuando su interlocutor se empeñaba en hablar de las clases de zapatos, o de las modas que había en Atenas, Esparta o Egipto, Sócrates seguía interrumpiendo (…)¿Que interés tiene saber muchas cosas sobre algo que no se sabe lo que es?8

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No entre aquí quien no sepa geometrizar

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Parece indudable que el nacimiento de la filosofía estuvo ligada al nacimiento y desarrollo, en Grecia, de la geometría. La geometría, sin duda, es una cosa y la filosofía, otra. Pero en la sede por antonomasia de la filosofía griega, en la Academia de Platón, estaba grabado en el umbral: “No entre aquí quien no sepa geometrizar”, y ello debe deberse a una razón que nos interesa vivamente. El hecho debió ser que, frente a la geometría, los griegos experimentaron una inmensa perplejidad de la cual la filosofía se desprendía por si misma9.

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Tales de Mileto

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En tanto que filósofo, Tales no sólo no resultaba útil a su ciudad, sino que, en realidad, ni siquiera resultaba útil para si mismo. Concentrado en sus pensamientos, se había caído en un pozo. Entonces se corrió la voz de que Tales ya no sabía ni donde ponía los pies. De hecho, algunos de sus conciudadanos ya hacía tiempo que desconfiaban de él. Le acusaban de que cada vez estaba más interesado en saber cosas a las que no se veía ninguna utilidad. Tales de Mileto contestaba que la cuestión no era si eran útiles o no, sino si eran o no verdad. Si era o no verdad, por ejemplo, que el agua era el principio de todo, de lo que todo había comenzado y de lo que todo estaba, en el fondo, compuesto. Estas cosas parecían no tener ningún interés para la ciudad y no se entendía por qué Tales perdía tanto tiempo en intentar dilucidarlas. Según él, lo importante no era saber cosas útiles para la vida ciudadana, sino, sencillamente, saber, saber por saber, por amor al saber. Por eso comenzaron a llamarle “filósofo”, que en griego quiere decir “amante del saber”10

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Ser racionales es no ser esclavos de nada, ni siquiera de lo que nos define en tanto que seres humanos nacidos en Atenas, o en Esparta, hombres o mujeres, ricos o pobres, negros o blancos. Y que nuestros actos no dependan de nada de eso, en el sentido de que no sean un mero efecto de eso que somos, es, sin más, lo que significa ser libre.

Así pues, gracias a la geometría el ser humano se encontró de pronto situado en un lugar en el que no tenía más remedio que estar de acuerdo incluso con sus esclavos. Y a ese lugar, al que hemos comenzado a llamar “razón”, resulta que podemos llamarle también “libertad”. Los intereses de la razón son exigencias de la libertad. (…) “Una buena ley debe ser buena para todos los hombres como una proposición verdadera lo es igualmente para todos”11

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Platón

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Hay cosas muy reales que sin embargo son imposibles moralmente. Y cosas no reales que, sin embargo, son moralmente necesarias. De este tipo de cosas se hace cargo lo que llamamos la razón práctica. Hemos llamado Verdad a la luz que ilumina el mundo para la razón teórica. Ahora podemos llamar Justicia a la luz que ilumina el mundo para la razón práctica. (…) Pero Platón nos habla aún de otra luz capaz de iluminar este mundo para la filosofía. Se trata de la Belleza12.

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La experiencia del desinterés es la que originó en la historia de la humanidad esa aventura asombrosa que llamamos historia de la filosofía. Este es el sentido profundo del término mismo que nos ocupa, “filo-sofía”. Filosofía quiere decir “amor por el saber”. “Saber por saber”. Un saber que no es para esto o para lo otro, sino un saber que es, meramente, “saber por saber”, “saber desinteresado” y, por tanto, saber “de todos” y “de nadie”, saber “de cualquier otro”. Por eso, la primera respuesta a nuestra pregunta, ¿para que sirve la filosofía?, es que para nada.

Platón y Aristóteles insistieron repetidamente en que la filosofía había nacido del ocio. Y así es, en efecto, ya que sólo en un ocio radical es posible estar radicalmente desinteresado13.

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Aristóteles

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Pues bien, es desde este desinterés radical desde el que surgen, paradójicamente, unos intereses más elevados: el interés por la Verdad, por la Justicia y por la Belleza. La filosofía es el descubrimiento de lo muy interesante que es lo desinteresado14.

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La filosofía nace del asombro ante el hecho de que las cosas sean lo que son y ante el hecho de que, sencillamente, sean algo, en lugar de nada. Ya no se trata entonces de que las cosas sirvan para esto o para lo otro, sino del hecho mismo de que sean, en lugar de no ser15.

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Hemos visto que la Verdad, Justicia y Belleza no son quimeras platónicas idealistas, sino tres tensiones políticas insobornables para este mundo. Son las tres caras de un proyecto político que, desde la Revolución francesa, quedó resumido con el lema Libertad, Igualdad y Fraternidad16.

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La Révolution Française

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De poco sirve, por ejemplo, ser libre e igual a los demás en un mercado laboral en el que de todos modos no vas a poder elegir más que trabajar en lo que sea, al precio que sea, de la manera que sea17.

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El asunto es que Kant ni por un momento se habría tragado que un sujeto que depende a vida o muerte de algo tan incontrolable como el mercado laboral puede ser verdaderamente libre y autónomo a la hora de votar18.

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Emmanuel Kant

1. Immanuel Kant. Antropología.

2. Espacio Europeo de Educación Superior

3. Wilhelm von Humboldt. Sobre la organización interna y externa de las instituciones científicas superiores en Berlín, en Logos. Anales del Seminario de Metafísica, 38, Facultad de Filosofía UCM, pp. 283-291

4. págs. 13-16

5. págs. 16-17

6. pág. 18

7. pág. 19

8. págs. 24-25

9. pág. 35

10. pág. 49

11. pág. 54-55

12. pág. 61

13. pág. 66

14. pág. 67

15. pág. 68

16. pág. 71

17. pág. 73

18. pág. 77

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Extractos: Carlos Fernández-Liria. ¿Para que servimos los filósofos?. Madrid: Los libros de la catarata, 2012.


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