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La utilidad de lo inútil. Manifiesto. [2013]

aExtracto de la introducción. [pág. 9-25]

 

Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte [Eugène Ionesco]

El oxímoron evocado por el título La utilidad de lo inútil merece una aclaración. La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios. En una acepción muy distinta y mucho más amplia, he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que -precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial- pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores.

[…]

Todo puede comprarse, es cierto. Desde los parlamentarios hasta los juicios, desde el poder hasta el éxito: todo tiene un precio. Pero no el conocimiento: el precio que debe pagarse por conocer es de una naturaleza muy distinta. Ni siquiera un cheque en blanco nos permitirá adquirir mecánicamente lo que sólo puede ser fruto de un esfuerzo individual y una inagotable pasión. Nadie, en definitiva, podrá realizar en nuestro lugar el fatigoso recorrido que nos permitirá aprender.

[…]

«Ser artista —confiesa Rainer Maria Rilke en un pasaje de las Cartas a un joven poeta— quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano». Los versos no se someten a la lógica de la precipitación y lo útil.

[…]

El mismo Calvino en su ensayo Para que leer los clásicos, aún reconociendo que los “clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado” nos pone en guardia contra la idea de que “los clásicos se han de leer por que sirven para algo”. Al mismo tiempo, no obstante, Calvino sostiene que “leer los clásicos es mejor que no leer los los clásicos”.

La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir -observa con razón Rob Riemen-. No ofrece garantías. Y, sin embargo, la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura, la educación liberal.

Por tal motivo creo que, en cualquier caso, es mejor proseguir la lucha pensando que los clásicos y la enseñanza, el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio, pueden de todos modos ayudarnos a resistir, a mantener viva la esperanza, a entrever el rayo de luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso.

Entre tantas incertidumbres, con todo, una cosa es cierta: si dejamos morir lo gratuito, se renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, solo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad…

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EXTRACTOS Y CITAS



[29]

 

David Foster Wallace, respecto a que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza, constituyen el líquido amniótico para el desarrollo humano:

Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: » buenos días, chicos. ¿cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿qué demonios es el agua?«.

El mismo autor nos brinda la clave de la lectura de su relato: el sentido inmediato de la historia de los peces no es más que el hecho de que la realidades más obvias, ubicuas importantes son a menudo las que más cuesta ver y las más difíciles de explicar.



[30]

Gabriel García Márquez, respecto a la necesidad de los actos gratuitos, sin finalidad precisa:

Con su terrible sentido práctico, ella [Úrsula] no podía entender el negocio del coronel, que cambiaba los pescaditos por monedas de oro, y luego convertía las monedas de oro en pescaditos, y así sucesivamente, de modo que tenía que trabajar cada vez más a medida que más vendía, para satisfacer un círculo vicioso exasperante. En verdad, lo que le interesaba a él no era el negocio sino el trabajo.


[31]

Dante Alighieri, criticando a aquellos pseudo-literatos que “no adquieren las letras para su uso” sino sólo para servirse de ellas con ánimo de lucro:

Y como reproche de ellos afirmo que no deben ser llamados letrados, porque no adquieren las letras para su uso, sino para ganar dineros o dignidades con ellas; de la misma manera que no debe ser llamado citarista que tiene la citara en casa para prestarla a cambio de dinero y no para usarla tocando.



[45]

William Shakespeare, recordando como el dar vale más que el tener, y como la gratuidad y lo inútil parecen estar al abrigo de la fuerza destructiva del dinero:

El hombre que no tiene música en sí mismo y no se mueve por la concordia de dulces sonidos, está inclinado a traiciones, estratagemas y robos; las emociones de su espíritu son oscuras como la noche, y sus afectos, tan sombríos como el Erebo: no hay que fiarse de tal hombre. Atiende a la música.



[46]

Para Aristóteles si es cierto que los hombres “filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad:

Es, pues, evidente que no la buscamos [esta ciencia] por ninguna otra utilidad sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues esta sola es para sí misma.



[47]

Platón, en relación a como los “hombres libres” no tienen problemas de tiempo y no han de rendir cuentas a nadie, mientras que los “esclavos” están condicionados por la clepsidra y por un amo que decide:

[Los hombres libres] disfrutan del tiempo libre al que tú hacías referencia y sus discursos los componen en paz y en tiempo de ocio. […] Y no les preocupa nada la extensión o la brevedad de su razonamiento sino solamente alcanzar la verdad. Los otros, en cambio, siempre hablan con la urgencia del tiempo, pues les apremia el flujo constante del agua [de la clepsidra]. Además, no pueden componer su discurso sobre lo que desean, ya que la parte contraria está sobre ellos y los obliga atenerse a la acusación escrita, que, una vez proclamada, señala los límites fuera de los cuales no puede hablarse. Esto es lo que llaman juramento recíproco. Sus discursos versan siempre sobre algún compañero de esclavitud y están dirigidos a un amo que se sienta con la demanda en las manos.



[50-51]

Emmanuel Kant en su Crítica del juicio (1790):

Se ve fácilmente que cuando digo que objeto es bello y muestra tener gusto me refiero a lo que de esa representación haga yo en mi mismo y no a aquello en que dependo de la existencia del objeto. […] Pero esta proposición, que es de una importancia capital, no podemos dilucidarla mejor que oponiendo a la pura satisfacción desinteresada el juicio de gusto, aquella otra que va unida con el interés.

[…]

Gusto es la facultad de juzgar un objeto o una representación mediante una satisfacción o un descontento, sin interés alguno. El objeto de semejante satisfacción llamase bello.



[51]

Publio Ovidio confesando cultivar en su persona lo inútil:

Por más que te esmeres en encontrar que puedo hacer, no habrá nada más útil que estas artes, que no tienen ninguna utilidad.



[55]

Giacomo Leopardi y Antonio Ranieri crean un periódico semanal, Lo Spettatore Fiorentino, que pretende ser inútil. En un siglo enteramente dedicado a lo útil, cobra fundamental importancia llamar la atención sobre lo inútil:

Y creemos razonable que en un siglo en el que todos los libros, todos los pedazos de papel impresos, todas las tarjetas de visita son útiles, aparezca finalmente un periódico que hace profesión de ser inútil: porque el hombre tiende a distinguirse de los demás, y porque, cuando todo es útil, no queda sino que uno prometa lo inútil para especular.



[59-61]

Théophile Gautier, expresando su poética, fundada esencialmente en una idea de arte y literatura libre de cualquier condicionamiento moral o utilitarista:

En verdad hay motivo para reírse con ganas al oír disertar a los utilitaristas republicanos o sansimonistas […] Hay dos clases de utilidad, y el sentido de este vocablo nunca es sino relativo. Aquello que es útil para uno no lo es para otro. Usted es zapatero, yo soy poeta. Para mí resulta útil que mi primer verso rime con el segundo. Un diccionario de rimas, por tanto, me beneficia por su gran utilidad. A usted no le serviría para echar suelas a un par de viejos zapatos, y es justo decir que una chaira a mí de nada me serviría para hacer una oda. Tras lo cual usted objetará que un zapatero está muy por encima de un poeta, y que es más fácil prescindir de uno que del otro. Pero sin pretender rebajar la ilustre profesión de zapatero, a la que honro tanto como la profesión de monarca constitucional, confesaré humildemente que yo preferiría tener mi zapato descosido que mi verso mal rrimado, y qué pasaría muy gustoso sin botas antes que quedarme sin poemas.

[…] Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quien desearía, no obstante, que ya hubiese flores? Yo renunciaría antes a las patatas que la rosas, y creo que en el mundo solo un utilitario sería capaz de arrancar un parterre de tulipanes para plantar coles.

[…] Solo es realmente hermoso lo que no sirve para nada. Todo lo que es útil es feo, porque es la expresión de alguna necesidad y las necesidades del hombre son ruines y desagradables, igual que su pobre y enfermiza naturaleza. El rincón más útil de una casa son las letrinas.

Théophile Gautier respondiendo a quien le preguntaba sobre la utilidad de una rima:

¿Para que sirve esto? Sirve para ser bello. ¿No es suficiente?: como las flores, como los perfumes, como los pájaros, como todo aquello que el hombre no ha podido desviar y depravar a su servicio. En general, tan pronto como una cosa se vuelve útil deja de ser bella.



[72]

Martin Heidegger, sobre la dificultad de comprender lo inútil:

Lo más útil es lo inútil. Pero experienciar lo inútil es lo más difícil para el ser humano actual. En ello se entiende lo “útil” como lo usable prácticamente, inmediatamente para fines técnicos, para lo que consiga algún efecto con el cual pueda yo hacer negocios y producir. Uno debe ver lo útil en el sentido de lo curativo [Heilsamen], esto es, lo que lleva el ser humano a sí mismo.



[73]

Zhuang-zi subrayando los límites de una humanidad que pretende saber a la perfección qué es lo útil sin conocer, en cambio, la importancia de lo inútil:

Hui-zi dijo a Zhuang-zi “La doctrina de su merced no es útil para nada». Zhuang-zi le contesto: «solo cuando se conoce la inutilidad puede comenzarse hablar de la utilidad»



[74]

Eugène Ionesco, y como en una humanidad extraviada que ha perdido el sentido de la vida lo útil es un peso inútil:

Mirad las personas que corren afanosos por las calles. No miran ni a derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia delante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.



[75]

Italo Calvino, sobre como lo gratuito se revela esencial:

Muchas veces el empeño que los hombres ponen en actividades que parecen absolutamente gratuitas, sin otro fin que el entretenimiento o la satisfacción de resolver un problema difícil, resulta ser esencial en un ámbito que nadie había previsto, con consecuencias de largo alcance. Esto es tan cierto para la poesía y el arte como lo es para la ciencia y la tecnología.



[94]

Antonio Gramsci, sobre la utilidad de estudiar las lenguas del pasado:

En la vieja escuela el estudio gramatical de las lenguas latina y griega, unido al estudio de las literaturas e historias políticas respectivas, era un principio educativo en la medida en que el ideal humanista, que se encarnaba en Atenas y Roma, estaba difundido en toda la sociedad, era un elemento esencial de la vida y la actual nacional. Las nociones aisladas no eran asimiladas para un fin inmediato práctico-profesional: el aprendizaje parecía desinteresado, porque el interés era el desarrollo interior de la personalidad. {…] No se aprendía el latín y el griego para hablarlos, para trabajar como camareros, como intérpretes, como agentes comerciales. Se aprendía para conocer directamente la civilización de ambos pueblos, presupuesto necesario de la civilización moderna, o sea, para ser uno mismo y conocerse a uno mismo conscientemente.



[95]

Julien Gracq, denunciando en el año 200 el triunfo de una enseñanza cada vez más trivial fundada en la progresiva imposición del inglés en detrimento de las lenguas consideradas inútiles, como el latín:

Además de su lengua materna, en el pasado los escolares aprendían una sola lengua, en latín: no tanto una lengua muerta como el stímulus artístico incomparable de una lengua enteramente filtrada por una literatura. Hoy aprenden inglés, y lo aprenden como un esperanto que ha triunfado, es decir, como el camino más corto y más cómodo para la comunicación trivial: como un abrelatas un passe-partout universal. Se trata de una gran diferencia que no puede dejar de tener consecuencias: hace pensar en la puerta inventada tiempo atrás por Duchamp, que solo habría una habitación cerrando otra.



[101]

Escrito del Cardenal Basilius Bessarión al Dux Cristoforo Moro, acompañando al legado de su importante biblioteca, 482 volúmenes griegos y 264 latinos a la ciudad de Venecia:

Los libros contienen las palabras de los sabios, los ejemplos de los antiguos, las costumbres, las leyes y la religión. Viven, discurren, hablan con nosotros, nos enseñan, aleccionan y consuelan, hacen que nos sean presentes, poniéndonoslas ante los ojos, cosas remotísimas de nuestra memoria. Tan grande es su dignidad, su majestad y en definitiva su santidad, que si no existieran los libros seríamos todos rudos e ignorantes, sin ningún recuerdo del pasado, sin ningún ejemplo. No tendríamos ningún conocimiento de las cosas humanas y divinas; la misma una que acoge los cuerpos, cancelaría también la memoria de los hombres.



[109-110]

Henri Poicaré, en defensa de una ciencia que no estudie la naturaleza para buscar “lo útil”:

Es suficiente abrir los ojos para ver que las conquistas de la industria, que han enriquecido a tantos hombres prácticos, no habrían jamás existido si estos hombres prácticos hubieran estado solos, si no les hubieran precedido locos desinteresados que murieron pobres, que no pensaron jamás en la utilidad y que, sin embargo, tenían otra guía además de su solo capricho.

[…] El hombre de ciencia no estudia la naturaleza porque sea útil; la estudia porque encuentra placer, y encuentra placer porque es bella. Si la naturaleza no fuera bella, no valdría la pena conocerla, ni valdría la pena vivir la vida. No hablo aquí, entendámoslo bien, de esta belleza que impresiona los sentidos, de la belleza de las cualidades y de las apariencias; no es que la desdeñe, lejos de ahí, pero no tiene nada que ver con la ciencia. Quiero hablar de esa belleza, más íntima, que proviene del orden armonioso de las partes y que solo una inteligencia pura puede comprender. Por así decirlo es ella la que da un cuerpo, un esqueleto a las halagadoras apariencias que embellecen nuestros sentidos, y sin en este soporte, la belleza de estos sueños fugitivos sería imperfecta, porque sería indecisa y huiría siempre.



[112-127]

Es el gozar, no el poseer, lo que nos hace felices. [Michel de Montaigne, 112]

El mundo es solo una escuela de indagación. Lo importante no es quien llegará a la meta, sino quien efectuará las más bellas carreras. [Michel de Montaigne, 127]



[133]

La valía del ser humano no reside en la verdad uno posee o cree poseer, sino en el sincero esfuerzo que realiza para alcanzarla. [Gotthold Ephraim Lessing, 133]

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