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Sabina, una joven y atractiva fisioterapeuta y profesora de yoga a la que la vida siempre le ha sonreído lleva una existencia demasiado cómoda: abundante dinero familiar, un cómodo trabajo con excesivo tiempo libre, amoríos y fiestas frecuentes, salud inmejorable y todo tipo de comodidades. A pesar de valorar todo esto, y ubicarlo en su justa medida, Sabina vive en su interior una gran contradicción, la de quien piensa que sólo aquello que se consigue con un cierto esfuerzo tiene realmente valor, siendo a su vez consciente de que la vida que el destino le permite llevar no está adecuadamente comprometida con la sociedad en la que vive.
Es por ello que, un caluroso día de Julio, mientras nada en la piscina de la Universidad en la que estudió -actividad diaria que le permite, gracias al silencio del agua, reflexionar sobre si misma y lo que le rodea-, concluye que su vida tiene que tomar otra dirección. Tras hablar con su acomodada familia –que nunca entenderá por que Sabina se complica tanto la vida-, mete lo imprescindible en una maleta y se dispone a vivir un año sabático recorriendo la costa de Portugal con su furgoneta, una Volkswagen T2 del año 1972, naranja y blanca, herencia del único familiar que en vida le entendió, su abuelo Lazslo.
El viaje, realizado a la velocidad que los años de la furgoneta aconsejan, le permite comprender que lo que realmente necesita es un proyecto propio, acorde con una mentalidad en absoluto burguesa, aprovechando el dinero familiar que le corresponde para establecer una cierta distancia con su familia y la ciudad que le vio nacer, dedicando su tiempo a algo que para ella tenga sentido.
Una noche estrellada, mientras degusta descalza en la terraza de un pequeño restaurante en la Praia de Arrifana unas riquísimas Cascas de batata frita con maionese de limao y un espectacular Polvo à Lagareiro acompañado con una botella de Carcavelos blanco, observa que cerca suyo se encuentra una sosegada pareja con la que, sin saber por que, conecta de una manera especial. Están cenando tranquilos, diferentes platos pero con el mismo vino que ella; no puede dejar de observarlos. En un momento dado, se da cuenta de que Bento vacía el último resto de botella en la copa de Constança, cuando todavía no han terminado de comer. Ella, en cambio, está casi por los postres y no ha llegado a la media botella, por lo que decide levantarse y ofrecerles que terminen con ella. La pareja acepta de una manera franca y sincera, bajo la única condición de que al terminar de cenar Sabina se vaya con ellos a la orilla del mar a beber una botella de un impresionante Oporto vintage que acaban de comprar en una bodega local. Sabina, por supuesto, acepta.
Durante la conversación que se entabla en ese especial momento Sabina descubre que Constança es arquitecta y Bento es como ella profesor de Hatha Yoga, y que ambos se han formado bajo las enseñanzas del maestro portugués Carlos Rui. Y no acaba ahí la cosa, ya que la pareja portuguesa acaricia desde hace años el proyecto de construir en un terreno rocoso que poseen, cerca del instituto donde imparten sus clases, un conjunto de viviendas pensadas para poder encontrarse con la naturaleza de una forma más amable y consciente de lo habitual. Tan sólo necesitan el dinero para hacerlo algo que, como ya sabemos, no constituye inconveniente para Sabina. Tras una noche en la que se beben lo que no está escrito, y habiendo quedado para desayunar al día siguiente e ir a ver el terreno, Sabina decide quedarse a dormir en la playa, aturdida por el alcohol y pensando si todo aquello, tan absolutamente certero con sus ideales, no habrá sido más que un sueño. Pero no, cuando el sol hace que Sabina despierte, Bento y Constança están al lado suyo bebiendo un Chá verde con Pastéis de Belem.
El acantilado, con orientación Noroeste, posee unas impresionantes vistas sobre el atlántico. En el borde superior la pendiente es suave, casi inexistente. El terreno, aparentemente seco -no olvidemos que estamos en verano- da vida sin embargo a multitud de matorrales y hierbas aromáticas. Un cinturón de árboles altos y frondosos situado al Sureste, a una cierta distancia del solar, permite proteger el lugar de una carretera cercana.
Las primeras conversaciones versan sobre como debe implantarse el conjunto en el terreno. Sin duda, las viviendas deben resolverse en la parte superior del acantilado, aprovechando la horizontalidad de una franja suficiente extensa como para hacer que el proyecto sea rentable. También concluyen que se debe controlar la presencia de vehículos, articulando un aparcamiento cercano a las viviendas, bajo los árboles.
Tras reflexionar sobre como una construcción moderna debe relacionarse con un enclave natural tan poderoso, Constança consigue convencerles de que resulta conveniente trabajar desde la confianza en una geometría potente, que ponga en valor el paisaje mediante la diferencia y el contraste, más que por un mimetismo que en muchas ocasiones no llega buen término. Eso si: tanto la escala de lo edificado como la materialidad con la que el proyecto se construya deberán adecuarse al privilegiado entorno en el que se encuentran.
Sabina propone establecer un sistema arquitectónico susceptible de poder ser ampliado en el futuro, en el que caso de que se obtenga una respuesta favorable por parte de los futuros habitantes. Bento y Constança piensan a su vez que puede ser interesante trabajar con al menos dos tipologías diferentes: una vivienda más reducida y otra más generosa. En todas ellas, sin embargo, consideran necesario que se ubique un pequeño espacio para la relajación y el bienestar, con un programa que más adelante se decidirá.
Tras algunas animadas conversaciones, Bento y Constança aceptan la propuesta de Sabina de formalizar un conjunto de tres unidades cuadradas, de 28 x 28 metros, conteniendo cada una de ellas 4 viviendas, y combinando o no tipologías diferentes. Ello les permitirá en el futuro ir añadiendo sucesivas unidades cuadradas conforme el proyecto se vaya rentabilizando.
Los tres coinciden en que las viviendas deberán valorar el espacio interior libre de la parcela, sin que ello suponga la necesidad de proyectar “casas patio” enclaustradas en muros ciegos por completo. Si que consideran imprescindible, de cara a controlar la escala de la actuación, que se trabaje fundamentalmente con una sola planta sobre rasante, aunque Bento propone, no sin razón, que se debería poner en valor la posibilidad de poder aproximarse al horizonte marino desde una posición elevada. Deciden por ello que algunas viviendas deberán contar con un espacio elevado, con programa a definir, y en ningún caso superior a 30 metros cuadrados confinados.
Tras haber realizado algunos estudios previos, Constança llega a la conclusión de que los tres cuadrados deben conformar una actuación unitaria, pudiéndose desplazar paralelamente entre ellos tomando como eje una arista común, pero debiendo permanecer siempre en contacto y no pudiendo, en ningún caso, establecer giros ni distancias entre ellos.
Concluye también que cada cuadrado de 28 x 28 metros puede subdividirse en cuatro unidades cuadradas de 14 x 14 metros, cuatro parcelas alargadas de 7 x 28 metros o una combinación de las mismas. Ello otorga una gran flexibilidad a la actuación, aunque cada dimensión de parcela conlleva una diferente interpretación de la tipología residencial a utilizar.
Hija de promotor inmobiliario, Sabina toma las riendas a la hora de definir las dos tipologías diferentes que deben utilizarse. La vivienda más pequeña debe contar con una habitación principal con cama doble y cuarto de baño propio y dos habitaciones más, simples o dobles, con una adecuada dotación de aseo, compartida o propia. Todas estas estancias privadas deben tener bien resuelto el almacenamiento, siendo posible a su vez integrar una mesa de trabajo. La vivienda también debe contener una cocina generosa independiente del salón -aunque pudiendo integrar el comedor-, una despensa, un salón o salón/comedor suficientemente dimensionado y una pequeña biblioteca. Finalmente, y si la tipología así lo exigiese, se debería incluir un aseo de respeto. La otra vivienda debía resolverse añadiendo a este programa una habitación doble más –con o sin cuarte de baño propio- y un espacio de trabajo con acceso independiente.
Por supuesto, el proyecto debía reflexionar sobre el diferente carácter de intimidad en cada una de las tipologías, así como el diferente o no tamaño de los espacios comunes diurnos, adaptándose al numero de personas residentes. En ambos casos, se llega a la conclusión de que todas las piezas que compondrán las viviendas deberán disfrutar de iluminación y ventilación natural, al exterior o al interior de la parcela, con la ocasional excepción de un eventual aseo o cuarto de baño, que podía no estar ventilado. Todas las viviendas, por último, debían resolver adecuadamente un espacio o espacios de almacenamiento proporcionalmente a los habitantes que las iban a ocupar.
En conversaciones posteriores, sin duda alentadas por el cansancio y aburrimiento que le habían producido las obras excesivamente comerciales y rentables de su padre, Sabina propone a Bento y Constança que al menos una de las tipologías disponga de un espacio a doble altura, conectando la planta baja con un segundo nivel bien sea hacia el cielo, para poder contemplar el paisaje, o hacia el terreno, intentando controlar la escala de lo construido. Finalmente, Sabina solicita que la madera o la piedra tengan una presencia importante en el proyecto, sea como estructura, como material constructivo de ciertos elementos o simplemente como revestimiento.
Ante la dificultad de discernir que cantidad de viviendas de una y otra tipología convenía construir, decidieron dejar este aspecto libre. En cualquier caso, acordaron que una de los tipologías nunca podría superar el 70% de las unidades. El tamaño de la parcela, y la flexibilidad volumétrica con la que las viviendas se proponen, permitía pensar que se podía primar el espacio libre sobre lo construido, ya que las parcelas se planteaban lo suficientemente grandes como para alojar las viviendas sin tener que recurrir a una invasión excesiva del solar. Por ello, acuerdan que al menos el 40% de la parcela debería quedar libre como espacio ajardinado arbolado.
El proyecto, finalmente, debía contemplar las condiciones climáticas del lugar, especialmente en lo que respecta a sus calurosos veranos, interponiendo sistemas pasivos de control solar con el fin de reducir al máximo el consumo energético para acondicionar las viviendas. Asimismo, se debía definir claramente un espacio cubierto para alojar un vehículo por vivienda, bajo los árboles cercanos.
Quedaba por resolver un tema: el del pequeño espacio, recinto o pabellón para el cuidado de la salud y la relajación. Dado el carácter del encuentro entre nuestros tres personajes, la cosa no ofrecía ningún tipo de duda: todas las viviendas debían contener un pequeño recinto con un espacio diáfano multiusos, pavimentado con madera, una pequeña sauna y un patio privado, sin conexión visual directa con el resto de la parcela o vivienda, donde alojar un estanque de nenúfares. La ubicación de este espacio, sin embargo, no nacía predeterminada, pudiendo ser diferente en cada una de las tipologías.
Sabina se puso a trabajar. Ni que decir tiene que nunca regresó a su ciudad natal.
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Aarón Jara Calabuig / PROJECTES I ALTRES REPTES
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