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Abstracción en arquitectura: una definición (2000)

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Casa Farnsworth (Piano, Ludwig Mies van der Rohe, 1950

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1. Es cada vez más frecuente encontrar el término abstracción referido a ciertas obras, autores o tendencias arquitectónicas. Sin embargo, no existe un acuerdo general sobre su significado. Cuando se habla de pintura abstracta en contraposición a pintura figurativa, todos entendemos que con ello se alude a las obras pictóricas que no se proponen como objetivo la representación de la realidad tal como la percibimos a través de nuestros sentidos. Pero resulta mucho más impreciso saber a qué nos referimos cuando hablamos de arquitectura abstracta.

Las notas que siguen tratan de deshacer algunos equívocos que planean sobre esta cuestión y, al mismo tiempo, de alertar al lector sobre el carácter ambiguo del término abstracción, para evitar así el ingenuo error que supone admitir que basta con que dos interlocutores pronuncien la misma palabra para que haya entre ellos un pleno entendimiento sobre lo que ambos están queriendo decir. Para eso hay que definir con precisión los conceptos que se manejan. Por tanto, lo más prudente es consultar algunos diccionarios.

Vemos así que muchos de ellos coinciden en considerar la abstracción como una operación intelectual que equivale a separar, mentalmente, lo que en la realidad resulta inseparable. Por ejemplo, referirse a una determinada cualidad (como la blancura, la elasticidad o la transparencia) viéndola en sí misma, separada del sujeto del cual se predica. Cualquier operación analítica, en la medida en que comporta el desglose de un todo unitario en sus componentes básicos, implica un cierto grado de abstracción. Desde un punto de vista más estrictamente filosófico, la abstracción se concibe como un procedimiento cognoscitivo que tiende a separar los aspectos accidentales o contingentes de los esenciales o necesarios. De este modo es posible abstraer un concepto universal a partir de diversas situaciones u objetos particulares.

Abstraer (que etimológicamente deriva del verbo latino trahere) equivale, por tanto, a tirar de algo para separarlo de la totalidad a la que está inextricablemente unido. En el lenguaje común estar abstraído significa, en la acepción positiva, tener capacidad de desprenderse de los objetos sensibles para quedar absorto en la meditación o la contemplación, mientras que en la acepción negativa significa, en cambio, separarse de la realidad, perder de vista la dimensión tangible de las cosas, para recluirse en un pensamiento ensimismado.

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2. En el ámbito filosófico el término abstracción posee un carácter relativamente intemporal. Por el contrario, cuando se aplica al ámbito artístico queda ceñido, de inmediato, a un periodo histórico determinado que se identifica con el ciclo de la modernidad. (Suele considerarse que la pintura abstracta incluso tiene una fecha de nacimiento: 1910, año en que Kandinsky pinta su primera Improvisación usando la técnica de la acuarela, y también una fecha en que alcanza la mayoría de edad: 1915,cuando Malevitch expone sus primeras telas suprematistas). Pero, como veremos a continuación, esta restricción temporal apenas cambia el significado general del concepto.

Desde su fase fundacional, la pintura abstracta renuncia a la pretensión de imitar a la naturaleza; se desvanece así la ilusión de que el cuadro pueda entenderse como una ventana desde la que se contempla una escena que, en cierto modo, trate de suplantar a la realidad. El cuadro, entonces, no será ya otra cosa que una superficie plana y lo que en él se muestre será tan sólo el juego recíproco de unos trazos, unos colores y unas formas que determinadas condiciones de luz ponen de manifiesto. La pintura abstracta no hace, por tanto, otra cosa que concentrar nuestra atención en aquello que es sustancial en el arte pictórico, a saber: la composición de formas y colores sobre un plano. Despojando el cuadro de toda alusión representativa, de todo intento de evocación o imitación de la realidad, se evita que la dimensión anecdótica o inesencial de la pintura adquiera un papel más relevante del que le corresponde. Y eso vale también para la pintura figurativa, ya que lo sustancial de toda gran obra pictórica no es el tema escogido o los personajes representados sino las formas de composición que se establecen entre ellos.

Del mismo modo, en cualquier otra disciplina artística, se tenderá a considerar abstractas aquellas obras que participen de esa búsqueda de lo esencial y de esa renuncia a lo particular y contingente. A la tarea de establecer en qué consiste la esencia de lo arquitectónico, puede contribuir el análisis de algunas expresiones del lenguaje común. Así, por ejemplo, cuando se dice de una narración que posee una sólida arquitectura o de un futbolista que es el arquitecto del juego de su equipo, estas figuras retóricas indican que a la arquitectura se le atribuye ante todo la capacidad de proponer una construcción formal dotada de un orden que si bien puede ser complejo, ha de ser, en cualquier caso, reconocible. (« Si el laberinto tiene una arquitectura, dijo una vez Borges con una leve sonrisa, entonces estamos salvados »).

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Casa del Fascio (Como, Giuseppe Terragni, 1932)

Por tanto, la arquitectura será tanto más abstracta cuanto más desligada aparezca de todas las dimensiones contingentes que la rodean (tales como su utilidad práctica inmediata, los medios empleados para construirla o los significados sociales, políticos o religiosos que temporalmente se le atribuyen), las cuales si bien pueden ser indispensables para su constitución material terminan, sin embargo, siendo irrelevantes cuando de lo que se trata es de hacer un juicio de valor sobre las cualidades artísticas de la obra. Pongamos dos ejemplos: la casa Farnsworth es abstracta porque en su configuración no sólo no hay rastros perceptibles de la personalidad particular de quien realizó el encargo sino que, a un observador ajeno a sus vicisitudes, puede incluso asaltarle la duda de si se trata de una casa privada o de un pequeño templo dedicado a la naturaleza; así mismo, la Casa del Fascio de Como es una arquitectura abstracta porque su configuración se basa en puras reglas geométricas y sintácticas, no habiendo nada en ella que connote ninguno de los significados que el partido fascista, para servir al cual nació el edificio, tuvo y sigue teniendo para la sociedad europea, hasta el punto que hoy el edificio podría ser, con naturalidad, desde un centro de asistencia médica hasta la sede de cualquier corporación.

La obra abstracta se recorta, separándose de su implicación con el mundo, y se dota de sus propias reglas de juego. En ella los elementos pierden importancia en sí mismos, mientras que cobran protagonismo las relaciones. El sentido último de la obra reside, entonces, en la forma de esas relaciones, más allá del valor específico de los diversos elementos. Por eso sólo cabe hablar de abstracción con propiedad, a propósito de las obras que surgen de la cultura de la modernidad, la cual consagra el logro de esa plena cohesión interna de la forma como único criterio de legitimidad para la obra de arte.

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3. Ya que en nuestra definición hemos tomado a la pintura como punto de referencia, cabe plantearse las siguientes preguntas: ¿es posible hacer, también en arquitectura, la distinción entre lo abstracto y lo figurativo?; ¿en qué consistiría, entonces, la figuración arquitectónica? La clave de esa distinción parece estar ya implícitamente contenida en la doble acepción que posee la palabra forma, en el ámbito arquitectónico, según se la considere como transcripción del término griego eidos o bien del alemán Gestalt.

En el primer caso, la forma se identifica con la esencial constitución interna de un objeto, y alude a la disposición y ordenación general de sus partes, de manera que la forma se identifica con el moderno concepto de estructura; en el segundo caso, la forma se refiere a la apariencia del objeto, a su aspecto o conformación externa, de modo que se convierte en sinónimo de figura. La noción de forma como estructura remite a las dimensiones inteligibles del objeto y abre la puerta a la concepción abstracta. La noción de forma como figura se refiere, ante todo, a las dimensiones sensibles o perceptibles del objeto y constituye la base de la elaboración figurativa.

El procedimiento abstracto decanta el quehacer arquitectónico hacia la vertiente sintáctica, dando prioridad a las reglas de construcción formal del propio objeto; el interés se desplaza, entonces, desde los elementos hacia las relaciones que se establecen entre ellos y hacia los principios de composición que las regulan. La elaboración figurativa otorga mayor peso a la vertiente semántica; adquiere, en este caso, una especial importancia la cuestión del carácter; por consiguiente, los códigos de significado que informan sobre el uso a que se destina el edificio, sobre su relevancia social o económica, o sobre los valores expresivos que la obra trata de manifestar, se convierten en el principal eje de acción del proyecto.

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Ampliación del Ayuntamiento de Göteborg (Eric Gunnard Asplund, 1913-37)

El procedimiento abstracto apunta hacia la universalidad y la inteligibilidad. Cuando se emplea de un modo banal o reductivo comporta el riesgo de provocar obras desarraigadas, ensimismadas, basadas en la repetición sin diferencia. La elaboración figurativa, por el contrario, promueve la proyección sentimental de la obra y la exaltación de sus particularidades. Sus principales perversiones son el uso de la forma como convención o disfraz, así como la tendencia a la acumulación de efectos y al exceso de gestos e intenciones. Lo verdaderamente difícil, cuando se trabaja en el terreno de la figuración, es definir el carácter del edificio sin recurrir al convencionalismo ni al pastiche, como hizo Asplund en toda su obra y, especialmente, en la ampliación del ayuntamiento de Göteborg. Del mismo modo, cuando se opera en el terreno de la abstracción, lo más difícil es dar con lo esencial sin hacer simplificaciones: concediendo espacio a la vida en toda su riqueza y complejidad, como lo consiguió Mies en la National Galerie de Berlín, por poner sólo un ejemplo. La arquitectura abstracta es, pues, algo concreto y tangible, como cualquier objeto artístico. Pero, a su vez, es fruto del procedimiento abstracto: una actitud mental y una manera de mirar las cosas que adquieren plena conciencia de sí mismas en el ámbito de la cultura moderna. Lo cual no impide que, desde esa perspectiva, también las obras del pasado puedan ser objeto de una mirada abstracta. Eso es, precisamente, lo que nos permite ponerlas en relación con nuestros actuales intereses, lo que nos permite trabajar con ellas y desvelar su presente.

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Neue NationalGalerie (Ludwig Mies van der Rohe, Berlín, 1962)

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Carlos Martí Aris. “Abstracción en arquitectura: una definición”. Barcelona: DPA nº 16 (2000): págs. 6-9.

 


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